ATENEO, RECETA DE UN RESTAURANTE DE ÉXITO
Era noche cerrada y el otoño se había colado irreversiblemente por las aceras de la madrileña calle Prado. Un halo de misterio escondía aquella fachada austera, casi recóndita, que poco podía predecir la riqueza espiritual y cultural que ocultaba en sus adentros y por la que me colé de forma clandestina y sigilosa. Su escalera romántica y sus dos estatuas erguidas me recibieron imponentes, y agarrándome a la estrecha barandilla, me sentí diminuta e insegura, como si aquel lugar estuviese encantado.
Aún se podía escuchar los versos de Larra, los discurso de Cánovas del Castillo o las tertulias de tantos políticos, literatos, músicos e intelectuales del siglo XIX que habían acogido aquellos muros, repletos de retratos que parecían observarme con una mirada amenazante por haber profanado sus aposentos, y cuyos nombres bautizaban las calles más importantes de nuestro Madrid de hoy en día, como Espronceda, Azaña o Zorrilla.
Me aventuré entre la lúgubre oscuridad en la biblioteca, caminando de puntillas para no irrumpir con un tosco ruido de tacones las tareas de los dos o tres intelectuales que aún estaban escondidos bajo las lámparas de cobre y dispersos entre los cerca de trescientos pupitres añejos. Aquellas colosales estanterías albergaban miles de libros, manuscritos o mapas salpicados por la belleza de unas frágiles escaleras de caracol. Con un nudo del estómago, tanta belleza emocionaba.
Estaba en el Ateneo de Madrid, ágora de la vida intelectual y política de nuestra historia y altavoz del romanticismo y liberalismo de nuestros antepasados.
Unas escaleras variopintas y de caracol, decoradas con posters entre vanguardistas y antiguos, me llamaron especialmente la atención. Decidí descenderlas, y, como si repentinamente hubiese traspasado de nuevo el túnel del tiempo, me encontré con un salón inglés del siglo. XIX: había llegado por fin a su nuevo restaurante.
Me invadía la curiosidad por conocer al precursor de aquel establecimiento, aventurero capaz de enfrentarse al desafío de inaugurar un local puntero en el seno de un lugar con tanta solera y tan emblemático como esa docta casa y saber combinar tradición y modernidad para que todo conviviese conjuntamente.
Se notaba que Juan Manuel, uno de los socios y creadores también del exitoso restaurante Casa Mono, era un hombre de retos. Inquieto, apasionado y emprendedor nato, comenzó nada menos que su carrera trabajando como azafato para posteriormente dedicarse al mundo de las academias de idiomas, con las que triunfó e hizo dinero durante varios años. Pero como todo lo bueno no dura eternamente, llegó la competencia y las academias cerraron sus puertas para dar paso a abrir una franquicia de La Alpargatería, sí, ese italiano subido de precio que terminó por caer en concurso de acreedores en los mismo bajos del Ateneo, por lo que, y como a la tercera va la vencida, pasó a dedicar sus 24 horas del día durante los últimos meses a reformarlo.
Todo tenía que estar a punto en su nuevo proyecto que consistía en relanzar el restaurante de dicha joya cultural y poder rentabilizar la inversión de más de 1,5 millones de euros que lo sostenía. Y así, la nueva apertura se estrenó a principios de junio modestamente, y fue por fin inaugurada de forma oficial hace apenas dos semanas. Juan Manuel, había peleado con goteras y suelos levantados, pero el esfuerzo había merecido la pena. “Las botellas que decoran las columnas no llegaron, así que tuvimos que etiquetarlas a mano la noche de antes, apenas sin dormir, una por una”, me comentó, con cierto aire emocionado.
Había imaginado un local con tres ambientes y música suave, desde chill out hasta acid jazz de fondo, de la mano de un partner que no podía defraudarle, un “arqueólogo urbano” como Lázaro Rosa-Violán, diseñador de hoteles reconocidos por su diseño, restaurantes de moda o incluso tiendas de ropas o joyas como Oyso o Aristocrazy. Sillones chester, taburetes altos, maderas envejecidas, azulejos y ladrillo visto entremezclado con cartelería de época junto a otras imágenes más contemporáneas, o incluso una chimenea, decoraban la coctelería, cafetería-bar de tapas y restaurante repleto de recovecos tremendamente encantadores.
La oferta gastronómica se ofrecía en una carta de madera lacada, porque si algo se percibe cuando te sientas en la mesa de este restaurante, es el cuidado por lo detalles.
Los plantos son muy sencillos, sin grandes innovaciones, basados en la cocina tradicional española con matices internacionales fruto del chef Alberto Tey, proveniente del establecimiento Sandó propiedad de Arzak del Hotel Santo Domingo, y su nuevo equipo de cocineros, que sustituye al más antiguo de La Alpargatería, “ofrecimos al equipo quedarse y aprender técnicas nuevas, pero no quisieron”.
Nos recibieron con un aperitivo de ricota con ahumados todavía en pruebas, para posteriormente degustar el salmorejo con taquitos de ibérico, las croquetas de jamón y chipirones con mayonesa de ají y el foie con mermelada de violeta.
Sin duda, lo que más original me pareció fue el foie, que maridaba perfectamente con la mermelada y venía acompañado de unas finas láminas de pan que recordaban a las galletas típicas inglesas que se toman con el té.
Otros entrantes de la carta son las brochetitas de langostino y cherry, la ensalada de marinado de salmón y sardina con vinagreta de mostaza, el ceviche de pulpo y mango o los huevos de corral con patatas paja. Todas fáciles de compartir y con una estupenda calidad precio. Además, propone arroces y pastas como el arroz meloso con boletus que caté y estaba en su punto, la pizza cuatro quesos o los Fettuccine Alfredo’s. Como podéis comprobar, todo cocina mediterránea y de mercado, sencilla pero bien elaborada.
A continuación, del mar proponen los chipirones en su tinta con arroz o el tataki de salmón y de la tierra el solomillo de buey en su jugo con láminas de patata y ajetes tiernos, la carrillada de ibérico crujiente con puré de patata a la trufa blanca, el secreto ibérico a la parrilla con chutney de tomate y mango, la hamburguesa de buey con provolone y salsa de setas o el confit de pato con reducción de Oporto. Yo me decanté por un pescado, el bacalao gratinado con miel y alioli sobre base de salmorejo, y aunque el contraste dulce salado me sorprendió al principio, lo cierto es que la idea creativa estaba muy conseguida.
Para terminar, postres caseros como los crêpes con toffeee, el arroz con leche a la asturiana, los citros de limón y gel de naranja sobre arena de limas o la Fábrica de Chocolate con sus tres variantes en texturas. Disfruté de la tarta de queso y la gelatina de flan y mousse de coco, y opto por la originalidad del segundo, que debía tomar introduciendo la cuchara hasta el fondo para probar todos los sabores en un solo bocado y con textura muy ligera.
Cabe destacar que estas propuestas que se encuentran también en su carta de tapas, pues el Ateneo ofrece un servicio non stop a lo largo del día y hasta las 2am que cierra su bar de cócteles.
Respecto a los vinos, cuenta con una selección muy cuidada de tintos, blancos, rosados y espumosos de las principales D.O españolas, desde Marqués d Murrieta hasta Hacienda Zorita o Chardonnay, pasando por el albariño que en mi caso pedí, un Paco y Lola.
Cuentan además, que el Ateneo tiene un pasadizo secreto que conecta directamente con el Congreso de los Diputados. Verdad o no, muchos políticos reconocidos, disfrutan ya de un menú diario por apenas 15 euros, con ensaladas, gazpacho o cremas de primero, hamburguesa de buey o corvina en papillote de segundo y un helado o carpaccio de frutas de postre, a lo que complementa el pan y la bebida.
El savoir faire de la coctelería es sin duda un referente y pone la guinda del pastel de este establecimiento. Detrás de la barra, que da a la calle Santa Catalina, está un encantador Javier, barman proveniente de Casa Mono, que elabora hits caribeños como el mojito o el daiquiri pero al cual le apasionan los gin tonic’s, para los que ha seleccionado las ginebras y botánicos más especiales como el Tanqueray Malacca con naranja kumkuat o Martin Millers con lima y enebro. Alberto me preparó un Broockmans con frambuesa y mora que me permitió completar la velada y conversar como si estuviese en el sillón de mi propia casa.
Receta de éxito sin duda la combinación de una joya del siglo pasado como el Ateneo y su atmósfera exclusiva, que justifica ya si cabe el ir a visitarlo independientemente del local, pero que además ofrece una ambientación particularmente cálida, un trato especial y amable, decoración de autor y renombre, con cocina de mercado sencilla y a un precio a la altura de (casi) todos los bolsillos que permite descubrir una de las últimas aperturas del otoño. Visita obligada.
Precio medio: 25 euros y menú entre semana 14,50 euros
Dónde: C./ Santa Catalina,10 y C./ Prado, 21
Tel:: 91 420 24 32
Estupendo artículo Mapi,
Madrid tiene estos secretos tan bien guardados y como describes tu llegada y tu encuentro con el restaurante es digno de una buena novela de espías, complots políticos o secretos literarios. El Ateneo tiene eso. Me comentan que si puedes ver conviviendo tranquilamente a poetas contemporáneos, cantautores de toda la vida y artistas con los políticos del momento… lo del túnel secreto que conecta el congreso de los diputados con el lugar habría que investigarlo aunque no me extrañaría nada… de que manera acaban los jueves los políticos en el afterwork del restaurante Ateneo?. Saludos y enhorabuena por la reseña!.
Rafa, muchas gracias por tu comentario, me encanta este Madrid que siempre nos sorprende con algo nuevo…el Ateneo, desde luego, que tiene alma y personalidad propia. Un fuerte abrazo. Mapi