EL BRUNCH DEL HOTEL ONLY YOU, REMEDIO ANTI-DOMINGOS
Odio los domingos. Con toda mi alma. Rotundamente lo afirmo, y por un sinnúmero razones. La primera, porque haga lo que haga, acérrimamente termino acostándome tarde la noche anterior. Da igual que me prometa a mi misma que ese día no saldré, que me repita una y otra vez que voy a descansar, que me intente convencer de lo bien que se está en casa. Me echo a la calle, y sin marcha atrás.
Y ocurre entonces al día siguiente que tu perro no diferencia si es domingo o miércoles y a las 8 de la mañana salta incesantemente en la cama hasta que consigue que le saques de paseo. No te queda más remedio que bajar sin peinar y con una sudadera encima del pijama, cuando te percatas de que la calle está desierta. El mundo se ha evaporado a tu alrededor y el barrio bullicioso y agitado en el que te gusta vivir se ha convertido en un polígono de Alcobendas. Lo odio. Y entonces es cuando te cruzas con esa familia numerosa de niños con borlas en los calcetines que te mira raro, corredores que van al retiro vestidos como si fuesen a la maratón de Nueva York y un tropel de señoronas con el pelo cardado que han decidido sacar sus mejores galas para ir a misa. Me pregunto por qué se peinarán siempre los domingos. Quizá es que se peinan todos los días y yo no las veo, me digo.
Y pasas por esa cafetería, y ahí está esa mesa con una pareja de tortolitos que ha decido madrugar para profesar su amor a viento y marea, mesa en la que curiosamente tú estuviste con tu amiga la que la noche anterior y donde te tomaste esa última copa que sobraba, haciendo exactamente lo contrario. Se dirían que lo hacen aposta, y que estaban esperando a que tú pasases, ella con su zumo y él con su café, Hola y País en mano respectivamente. Así que te quedas ahí mirando, te frotas el rímel corrido de la noche anterior con el ceño fruncido porque el sol aún te molesta, y miras a tu perro. Dos contra dos. Bueno, con tu perro, y tu resaca. Tres contra dos. Es en ese momento cuando decides volver a casa.
Dicen que los domingos son los días más relajados de la semana. Pero a mí me estresan. En una vida en la que llego a todo por los pelos, de repente te das cuenta de que tienes un domingo entero por delante. Así, en blanco, por escribir. Y es en ese momento, en ese preciso momento, en el que repentinamente, y contra todo pronóstico, no sabes qué hacer. De todas las cosas que tenías pendientes y para la que esperabas un mínimo rato libre, no sabes por dónde empezar. Porque, en el fondo, nada es imprescindible. Todo puede esperar. Así que recurro a las rutinas, a esas que me he tenido que crear los domingos para no estresarme, y en esos días donde, pasmosamente, te sobra el tiempo.
Decides empezar por el deporte. Me gusta correr, me libera de mis preocupaciones, es como una terapia mental. Pero parece que no sólo es la mía, porque los domingos resulta que todo el mundo no es que corra, perdón, es que hace running. Voy a El Retiro y más que en el pulmón de Madrid, parece que me he transportado a los San Fermines. Todos como locos, de un lado para otro, con cintas en el pelo, pulsómetros, carritos de bebés o animales. Da igual, pero el caso es correr. Entonces te das cuenta de que no ha sido buena idea y vuelves a socorrerte a tu cálido hogar. Y sigue sobrando tiempo. Así que recurro a otra rutina y me compro el periódico. Y mientras miro de reojo las páginas salmón, voy en búsqueda y captura de una buena terraza. Pero mágicamente, y porque es domingo, están todas ocupadas, porque en domingo siempre hay alguien que ha madrugado aún más que tú, y encima por voluntad propia. La gente se vuelve loca los domingos.
Y es ahí, cuando levantas la cabeza del periódico, que un rayo de esperanza aparece. Esos zapatos que tanto tiempo llevas buscando están expuestos en un escaparate. Pero la tienda está cerrada. Porque es domingo. Y como es domingo, toca ir al cine, o a una exposición, a un mercadillo o a ver a tus sobrinos, pero justo ese domingo, no te apetece. Porque así, obligada, no es lo mismo. Molaría ir un martes por la mañana, saltarte una reunión y plantarte a ver la última expo de Hamilton en el Reina Sofía. Pero en domingo, no.
Soy una persona positiva, me digo, y pienso que tengo todo el día por delante, así que decido irme a algún working café a escribir en el blog. No hay nada que más me guste y eso podría curar todas mis penas. Y entonces pasa que después de pelearte por encontrar un hueco, porque como tú la gente no tiene otra cosa que hacer que ponerse a trabajar, no te viene la inspiración. Nada. Los domingos no inspiran nada. Así que cierras de nuevo el ordenador, y piensas en llamar a un colega o apuntarte a ese plan de amigos donde podrías pasar el rato, pero ya has socializado todo lo que tenías que socializar durante el fin de semana, y, en el fondo, lo que quieres es que te dejen tranquila.
Y entonces es en ese específico y concreto instante en el que te das cuenta de que como es domingo, mañana será lunes, por lo que el panorama no deja de ser más que desolador.
Pero si ha quedado claro que odio los domingos, odio mucho más las tardes de los domingos, repletas de pelis mal dobladas, María Teresas Campos y sesiones de latineo no recomendadas si lo que quieres es afrontar la semana con algo de dignidad. Encima, como es domingo, y no hay horarios, no sabes cuando tienes que comer o cenar. Es desconcertante. Y así, sucesivamente, y todo, por culpa del domingo.
Y os cuento esto, porque el fin de semana pasado ocurrió algo sorprendente. Engañé literalmente al domingo. Así, como lo oís. Y ya no los odio tanto. O en todo caso, odio los domingos, excluyendo los brunchs de los domingos. Porque me fui a probar el nuevo del hotel Only You Hotel & Lounge, y parece que no, pero el domingo se me hizo un poco más llevadero. No es que sea mano de santo, pero yo lo recomiendo, sin duda, como receta anti-domingo.
Se trata de un brunch un poco atípico, en primer lugar porque se ofrece dentro del hotel boutique de Chueca Only YOU, por cierto propiedad de Abel Matutes del Grupo Palladium, en la calle Barquillo, con la decoración firmada por el prestigioso interiorista Lázaro Rosa-Violán, quien ha creado un hotel combinando tintes coloniales con la idea de acercar el mediterráneo a la capital, pero reinterpretándolos con un estilo contemporáneo. El brunch se sirve en el lounge, espacio que evoluciona a lo largo del día y donde también se ofrecen afterworks los jueves a los que merece la pena ir y que retomarán en septiembre.
La peculiaridad del brunch reside en que incluye una parte de self-service que no existe en otros de los que ya os he hablado en algún post. Pero además, tiene pequeños detalles que marcan la diferencia. Nada más llegar, te reciben con una copa de rosado de Veuve Clicquot. Y así, el domingo, ya empieza a parecer otra cosa.
El espacio de autoservicio se compone de crudités de verdudas, gazpacho, muesli, yogourts y otros lácteos.
También disponen de diferentes y ricos panes así como snacks tales como aceitunas o tortitas de arroz y quinoa además de ensaladas de pasta, garbanzos o repollo y dips de hummus o guacamole.
Ofrecen además muy buen salmón ahumado, así como sardinas o mejillones, quesos o cuñas de parmigiano…
…y todo tipo de embutidos.
En fin, todo lo que se podría pedir a un brunch, incluyendo mini hamburguesas:
El mismo menú incluye un plato de la carta, y se puede elegir entre Huevo de pato y foie gras, Tortilla de clara Bngkok, Maxi Burguer o Wok de verduras o gambas. Como veis, todo muy mono puesto:
Pero si por algo merece la pena el brunch, es por sus postres. Batidos, frutas, cookies, algodón de azúcar, tartas caseras, muffins,… y todo de Celicioso, la pastelería de productos creada por Santi para celíacos como él, y ubicada en la calle Hortaleza.
El coste del brunch es de 34,5 euros pero terminas, literalmente, más que comido. Y si lo quieres complementar con bebida, puedes añadir vino albariño You & Me a 3,50 euros y Mini Gin Tonic a 5 euros.
Si alguno de vosotros odia cualquier otro día de la semana, está de suerte, porque el hotel Only YOU ofrece durante el día diferentes menús de base tradicional fusionándola con un concepto contemporáneo. La carta creada por un equipo joven, encabezado por el chef de 30 años Carlos Martín, formado en referentes como el Celler de Can Roca o Mugaritz, está protagonizada por la finger food (podéis consultarla aquí).
La oferta gastronómica se completa con una carta de tapas, con bravas, ensaladas, jamón… así con una variada carta de champagnes, vinos y cocktails clásicos y de creación propia.
Venga, vamos a darle otra oportunidad al domingo…
Precio medio: 34,5 euros el brunch
Donde: C./ Barquillo, 21
Tel.: 91 005 22 22
Estoy totalmente de acuerdo en lo que se refiere a esos blues domingueros que a veces se somatizan dando como resultado un cuerpo «disgustao «y un humor que no te soporta ni la más generosa alma caritativa. Me encanta y celebro que por fin haya sitios donde se da cabida a las intolerancias alimenticias y también a la libre elección de poder prescindir de ciertos alimentos que ,como el caso de los lácteos , nos invaden hoy .Afortunadamente veo una gran oferta «dairy free» y sobre todo me encantan los productos del Celicioso uno de mis favoritos.