SOBRE TOMÉ & LUCAS, LAS VERDURAS Y EL BIKRAM YOGA
Supongo que os estaréis preguntando que tienen que ver dos santos como Tomé y Lucas, la huerta navarra y el yoga. Tranquilos, que mi blog no está evolucionando hacia contenidos espirituales y sigue siendo tan frívolo como de costumbre. Puedo explicároslo.
No sé si os había comentado en alguna ocasión que ahora me ha dado por practicar Bikram, o lo que es lo mismo, yoga con calor. Bueno, ahora, lo que se dice ahora, no exactamente, porque llevo ya unos cuantos meses intentando, con bastante poco éxito, meterme en esta técnica de conectar cuerpo y mente.
Es a mi querida amiga Belén a la que le debo haberme sumergido en semejante embolado del cual ya no puedo desengancharme. Y diría que posiblemente, yo sea la alumna que menos ha evolucionado en toda la historia del centro. Es más, se podría ampliar a todos los centros de Bikram Yoga del mundo.
Me cuesta sentarme de cuclillas, tengo la espalda como una tabla de planchar e intentar parecer un triángulo en la postura de trikonasana, a mi cuerpo le parece ciencia ficción. Cuando el profesor nos dice que meditemos, no puedo evitar pensar en la lista de la compra que tengo que hacer después, respiro por la boca cuando toca por la nariz, saco tripa cuando hay que meterla y en las clases de las 7 de la mañana me quedo, literalmente, dormida.
Así que entiendo que ahora mismo os estéis preguntando porqué, inexplicablemente, sigo yendo cada día. Y me encantaría convenceros de que me reduce el estrés, noto que tengo más energía o que simplemente me marcho mucho mejor de lo que entré, lo cual también es cierto.
Pero, honestamente, no me queda otra que confesaros que es por cabezonería. Me he propuesto llegar, algún día, a estirar las piernas como Nadia Comaneci. Y a mí y mi tesón no nos gana nadie. Además, dice mi profe Rafa que no lo hace mejor el que más estira sino el que más lo intenta, así que yo me aplico el cuento que da gusto.
Dicho lo cual, el otro día ocurrió algo milagroso. Andábamos allá por la postura 23 al borde de la extenuación y agotamiento cuando Rafa indicó que sentados había que tocarse la frente con la rodilla. Y de repente y contra todo pronóstico, mi pierna SE ESTIRÓ. Sí, la rodilla cedió como por arte de magia y ahí, estaba, mirándome al espejo, y con la pierna completamente recta. Os podréis imaginar que después de unos cuantos meses de clase tras clase, intento tras intento y fracaso tras fracaso, mi alegría fuese casi como haberme ganado una medalla en los campeonatos mundiales de yoga. Así que rápidamente me busqué una forma de celebrarlo, y no podía hacerlo e mejor forma que cenando, precisamente, en el nuevo restaurante enfrente de mi centro de Barquillo: Tomé & Lucas.

Acababa de abrir hace pocas semanas, y pasar por delante para ir a clase diariamente sin entrar a conocerlo, me estaba suponiendo un reto personal difícil de sobrellevar para alguien como yo, que veo un restaurante nuevo y me tiro en plancha.

Así que ahí que me planté, en el nuevo restaurante del Barrio de Salesas y esquina de las calles con nombre de santos que le dan nombre, Tomé & Lucas para festejar por todo lo alto mi nuevo éxito.

Desconocía que el local, era de los mismos propietarios de Tierra de Queiles, el restaurante de Hermosilla decorado por Cuosi Interiorismo. Nuria Meana, una de sus propietarias y Navarra de origen, me pudo trasmitir la ilusión con la que habían inaugurado su restaurante, el amor por la huerta y las raíces del norte latentes en cada rincón del proyecto.

Sin duda, el espacio se había adaptado a la personalidad del barrio, versátil y moderno, pero muy acogedor a la vez por la calidez de las luces o el ladrillo visto. Además, los toques industriales, sillas con personalidad o manteles le daban un cierto toque distinguido. Como muchos locales de la zona, permitían además, la entrada con perros, eso sí, siempre que fuesen buenos.

Disponía de una amplia barra de madera con mesas altas, así como dos pequeños y refinados comedores y un reservado en la planta inferior.

Más informal, la propuesta también estaba basada en cocina de mercado con base de huerta navarra. En definitiva, su carta era de cocina tradicional con toques de cocina de mercado. Y mucha mucha verdura.
En muchas de sus propuestas, ofrecían medias raciones, lo cual se agradece, y una variedad de 15 platos para picar basada en producto, como la chistorra Navarra (12€), los cogollos de Tudela con crema de anchoas y ventresca (12€), los calamares (11€) o el gambón (10€). Asimismo, mucha verdura de temporada, tomate, berros, borrajas…

Entre la que destaca las alcachofas salteadas con ibérico (12€).

Además, platos del mar como el salmón con wok de verdutas cítricas (14€) o la merluza estilo orio (16€).

Y por supuesto, carnes, desde el costillar de cerdo ibérico a la barbacoa (16 €) o los jamoncitos de pollo al curry con verduritas asadas (12,5 €).

Merecen mención los quesos navarros, así como sus tartas, de queso Idiazábal o de calabaza, de las cuales no tengo foto pero os garantizo que merecen la pena. Además, un menú del día con la misma calidad y materia prima de la carta, por 12,50 euros.
Sin duda, el perfecto lugar para haber ido a celebrar mis avances con las clases de yoga.
Seguiremos intentándolo.
Precio medio: 25 euros
Dónde: C/ Santo Tomé, 5
Tel: 91 308 68 10
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