UNA GRANJA EN LA CALLE FERRAZ
Conocí a Rodrigo a través de un concurso de Internet. Acaba de abrir su nuevo restaurante LA GRANJA “RURAL FOOD” el pasado invierno por lo que había lanzado un concurso en su página de Facebook cuyo premio era una cena para el que colgase su foto «rural» más original.
Me percaté de que quedaban apenas 5 días para que terminara el plazo y que nadie había posteado ninguna foto aún. Así que rebusqué en mis archivos y encontré entre las fotos de mis últimas vacaciones en Ibiza, así como de bodas, bautizos y comuniones, una instantánea con un canguro de mi estancia como estudiante en Australia… allá por el año 2005.
Pensé que total, nadie se daría cuenta que habían pasado 8 años desde entonces y por otro lado, un canguro, al fin y al cabo, era un animal “rural”, porque a ver, en Australia, todo es rural como quien dice.
Así que la colgué en su página oficial y al poco tiempo me informaron que había sido la afortunada de tan preciado galardón. Y lo cierto es que, hombre, me olía que me iba a tocar….así que allí me planté a cenar, “de gratis” y sin ningún tipo de expectativa en ese restaurante del barrio de Argüelles porque total a caballo regalado…que tampoco era plan de ponerme con exigencias.
Me recibió un perro y una oveja en la puerta, sí, una oveja (por cierto creo que la retiran a la vuelta del verano porque están remodelando la decoración del local, una verdadera pena). Y además de ésta, también Rodrigo Ramírez, su propietario, que había sido durante 20 años Productor Ejecutivo de televisión y Director de Canal Cocina.
Destinado como otros muchos al paro, había dedicido cambiar la cola del INEM por gallinas y vacas reinventándose como tabernero. Se había sacado de la manga lo que él explicaba como el concepto de RURAL FOOD, una apuesta por recuperar, en el entorno urbanitas de la calle Ferraz, la esencia y calidez de los productos auténticos y ecológicos de la tierra, con excelente calidad y muy ajustados de precio.
“Cocina de campo en época de vacas flacas”, entonaba orgulloso su slogan. Un hombre peculiar y soñador, con sentido del humor y de verbo fácil, lo que se había transmitido en diversos aspectos del restaurante. Me resultó romántica y encantadora la decoración, que se basaba en elementos con un toque vintage combinados con piezas de arte moderno del que era amante – fotos, pinturas y esculturas.
La vajilla Duralex color caramelo muy al estilo Cuéntame como pasó, los sacos de lona que cubrían las sillas, los cencerros y latas oxidadas, las mesas de resina de hormigón, un botellero francés de los que inmortalizó el artista Marcel Duchamp, el peto granjero azul marino que llevan los camareros inspirado en la película “Las uvas de la ira” de John Ford, los frascos de perfume reinventados en vinagreras o la sorpresa final de presentar la cuenta en el interior de una huevera de cartón, demostraban la importancia de los detalles de este rancho urbano que lo hacía aún más auténtico.
Dividido en dos espacios diferenciados, la entrada disponía de una pequeña barra para picar con dos taburetes y una mesa a la que le seguía un pasillo tipo bistró francés con un banco corrido – una sola pieza procedente del pinar de Valsaín – y cinco mesitas. Una alacena azulada procedente de una tienda de ultramarinos de 1920 daba personalidad al pequeño comedor de seis mesas que se situaba al fondo.
Disfruté de una agradable cena entre tomates verdes fritos, croquetas de boletus, escalibada con queso de cabra y un pollo picantón “capricho gourmet” con manzana, pasas y chalotas que me supo a bocatto di cardinale, todo acompañado por un blanco ecológico.
Rodrigo me contó que los ingredientes principales que utilizaba eran las frutas y la verduras compradas a diario en el mercado del al lado, los huevos camperos de Ávila procedentes de gallinas criadas al aire libre y que duermen escuchando música (y de cámara, nada menos), los pollos de corral, el cerdo ibérico y la ternera ecológica de una ganadería familiar de La Losa, un pequeño pueblo cercano a Segovia, cuyas vacas pastan a su aire en la Sierra de Guadarrama.
En definitiva, todos los platos de la carta giraban alrededor de una granja. Las raciones muy generosas, se prestaban más al picoteo, lo que permitía también una reducción en el precio. De hecho, el 80 por ciento de los platos tenían solo una cifra, lo que implicaba que se podía comer muy bien por un precio medio de 20 euros.
La agudeza y chipa de Rodrigo se plasmaba también en la elección de los platos, mezclando tradicionales con otros menos conocidos como el Bote rural, un potito de huevo con puré, la parrillada de verduras o los huevos fritos a la antigua con puntilla y combinados al gusto – patatas, pisto, chistorra, morcilla, chorizo –, que eran para él un clásico granjero, también en su versión italiana sobre trigueros a la plancha y cubiertos con láminas de queso parmesano.
Cada animal encontraba en la carta su propio homenaje: el pollo asado de Acción de Gracias de casi 3 kilos relleno de frutos secos, manzanas, pasas y chalotas, el cual tuve ocasión de probar en una ya segunda visita (me gustó tanto que he repetido varias veces). Hay que pedirlo por encargo y mínimo para cuatro personas (en esta foto no tiene muy buena pinta pero prometo que sabe mejor):
Las albóndigas de la abuela Carmen, los filetes rusos con puré de patata (igualitos a los de mi madre), la hamburguesa campera de vaca ecológica delux con huevo y queso de oveja o el pastel de carne picada, cebolla, calabacín y queso (en la foto).
La carta se completaba con algo de producto de mar como los mejillones al vapor y las sardinas ahumadas con burrata y tomate que no llegué a probar, así como con deliciosas tartas caseras de postre que se las hace handmade una buena amiga a las que diariamente le manda la comanda: de zanahoria con cobertura de vainilla, de queso y de chocolate a la cerveza negra.
El vino de la casa no era lo mejor, sencillo y discreto, un tinto o blanco ecológico de Cuenca, aunque para los más exigentes existía una pequeña variedad de vinos de autor que van variando cada cierto tiempo y cerveza Brabante.
Como LA GRANJA “RURAL FOOD” se encuentra a dos minutos a pie del Templo de Debod y del Parque del Oeste, el olfato empresario de Rodrigo le llevó a inventarse también la opción picnic, suministrando por un euro más al comensal con una bolsa con todo lo necesario: mantel, servilletas, cubiertos, vasos, platos, en madera, cartón o papel kraft reciclable, una muestra más de la originalidad de este hostelero avispado, ingenioso y reinventado en época de vacas flacas. Por cierto, el local no tiene apenas cobertura, así que más rural, no puede ser…
Precio medio: 20 euros
Dónde: C./ Ferraz, 36
Tel.: 910 11 54 54 / 620 893 116
Web: http://ruralfood.tumblr.com/