MONKEE COFFEE, CAFÉ CON PASIÓN Y MIMO
Recuerdo cuando en mi época de estudiante en Melbourne decidí patearme los coffeeshops del centro de la ciudad preguntando si necesitaban alguna barista. Por aquel entonces mi escueta experiencia profesional y justito idioma no me permitía mucho más que dedicarme a profesiones tan dignas como la de dependienta o camarera con el único objetivo de poder ganarme unas perrillas para pagarme las excursiones a ver canguros, aborígenes, bosques salvajes, piedras sagradas y demás variopinto turismo natural que ofrecía aquella ciudad australiana perdida al otro lado del mundo.
Me decía mi no tan afinada intuición que aquello de servir café no tenía mucho misterio, y por otro lado, me atraía aquello de sentirme como una de esas protagonistas omnipresentes en series yanquis para adolescentes que aun viviendo en una mansión y conduciendo un Porsche Cayenne, luego trabajaban en la hamburguesería del barrio rodeadas de fritanga. Ingenua de mí, que aquello del café no era moco de pavo, y para servir un simple café latte, no sólo te pedían experiencia, sino tener más conocimientos sobre capuccinos y espressos macchiatos que la que hubiese necesitado para inscribirme a un MBA.
Así que muy a mi pesar y como podréis imaginaros, no superé tan arduo proceso de selección, y terminé trabajando en un local de despedidas de soltero donde las únicas dotes que se me requerían eran la de sonreír y saber recoger platos repletos de sobras sin que se me cayesen. Local en el que por cierto, y a modo de chascarrillo, el show estrella sorprendentemente consistía en una australiana vestida de sevillana que intentaba otro arte aún más complicado, y aunque no lo supiesen, que el de servir cafés, que no era sino aquello de bailar flamenco. Afortunadamente, a mi me contrataron de limpiamesas, porque, y aunque la remuneración era considerablemente y bien merecida mayor, aquello de taconear vestida de faralaes y guiñar el ojo a lo Marisol frente a varios grupitos de feroces australianos pasados de cervezas ya me parecía too much.
Dicho lo cual y con la no tan grata experiencia que me precede, pues pudiendo haber servido exquisitos brebajes en grano no me quedó otra que dedicarme a limpiar los restos, siempre he guardado un gran respeto al mundo cafetero, por lo que que cuando fui a conocer Monkee Koffee la semana pasada, no me quedó más remedio que la de atender y tomar buena cuenta en mis apuntes, porque oye, una nunca sabe que es lo que le deparará el futuro.

Con pelos y detalles, Luis y Óscar, dos de sus fascinantes socios, y empedernidos seguidores de la cultura cafetera de esos a los que se les brillan los ojos contándote las bondades de su negocio, me corroboraron que el mundo del café es mucho más apasionante de lo que parece.

Porque existen, y yo aun sin saberlo, tres generaciones ligadas a esta bebida. La primera, la que yo llamaría de la cafetería “cañí”, clásica del “ponme un cafelito, Manolo”, ligada a la máquina de espresso, al vaso de cristal ya turbio de tanto meterlo en el lavaplatos, y, en definitiva, la del bar del palillo y la cervecita de toda la vida.
La segunda, y proveniente del mundo anglosajón y del Sturbucks, que llegó rompiendo moldes con sus coffeeshops a base de preparados de café como el cappuccino o el café latte y toda una cultura propia en torno al mundo casi fanático de esta bebida.
Y la 3G, o tercera generación más reconocida como la del slow coffee, “versión contraria del espresso rápido de toda la vida”, explica Luis, y ya reconocida en Reino Unido o Australia, donde los que saben dicen que está arrasando. Aún naciente en nuestro país, sólo podemos encontrarla en unos pocos locales de Madrid o Barcelona como Toma Café, Federal o éste recién abierto Monkee Koffee.

El último, negocio 100% español, se ha tomado nada menos que 13 meses para cuidar su apertura hace escasas semanas en el Barrio de Chamberí, “aspiramos a servir un café artesanal, con cuidado extremo y de calidad máxima, usando granos especiales y con tueste propio”, detalla Óscar. En definitiva, el lujo del café y alejado del mass market de los coffeeshops.

En concreto, el grano de Monkee Koffee proviene de Brasil, Colombia, Guatemala y Etiopía y “lo hemos elegido con mucho cariño, hemos hecho miles de pruebas”, añade Luis. Porque otra cosa no, pero el amor, detalle y cuidado priman en este local, desde la materia prima hasta el proceso. De hecho, usan agua de Madrid, y como me explicaron y al estar casi desminarizada, vuelven a mineralizarla antes de prepararlo, “porque se necesitan las propiedades para que el agua arrastre el café y tenga mucho más sabor, ofreciendo una mejor extracción”, explican.
Tanto es así que el local dispone de la última generación en cafeteras, La Marzocco, que en su día expandiese Starbucks. Y “La leche es fresca de vaca, y se calienta entre 60 y 65 grados”, porque según ellos, es la perfecta temperatura para que el sabor permanezca en el vaso.

Al igual que quien saborea un vino o una buena copa, su slogan es Tómatelo con calma, porque “queremos que la gente saboree el café despacio”, afirman, o lo que es lo mismo, que el consumidor sepa lo que estamos bebiendo, y que desarrolle el gusto y su propio criterio al igual que podría ocurrir en una cata de otras bebidas.

Estos artesanos y puristas del café recomiendan además tomarlo sin azúcar para poder saborearlo, y son contrarios a la leche desnatada o a la moda de la soja, aunque saben que por exigencias del consumidor tendrán antes o después que ofrecerla, “eso no es un verdadero café”, sonríen. Precisamente, los baristas de Monkee Koffee son especialistas en la técnica de latte-art, o lo que es lo mismo, el arte de hacer figuras con la espuma del café.

Porque mucho saben sus socios, provienes del mundo de la comunicación y de la publicidad, que el éxito de un establecimiento va más allá de la calidad del producto. “cuidamos el marketing visual y por eso los vasos son transparentes”, comentan, para que se pueda apreciar los colores de la bebida, y como la leche con café se fusionan en uno sólo.

Y por eso, la decoración no podía tampoco ser menos. En lo que era antes un taller de tornero, «hemos realizado una intervención completamente global«, detallan, manteniendo el espíritu industrial pero dotándolo de toques eclépticos y vintages, como flores frescas, pizarras, banquetas francesas, sillas del colegio alemán, puertas de derribos o azulejos hidráulicos de antaño en los baños.

El local dispone de una zona con banquetas altas de madera para poder trabajar con su barra diseñada específicamente para que quepa un ordenador, también de una zona con un sofá chester y una mesa de discoteca de los años 70, así como de una mesa central de estilo nórdico en una sóla pieza para compartir y otras mesas más pequeñas redondas.

Asimismo, han sido cuidadosos también en elegir la calle Vallermoso, donde la renta per cápita es alta, hay variedad de estudiantes y acuden muchos extranjeros que pueden usar su local también como working café, por lo que todos sus camareros hablan inglés.

Además, complementan la oferta con tartas de zanahoria, de lima y coco, de chocolate blanco o o cookies así como una variada oferta de comida natural como ensaladas y sándwichs realizados con pan de masa madre, refrescos custodiados en una chulada de cámara frigorífica iluminada y cerveza de botella.


¿Qué más se puede pedir a estos hosteleros que cuidan continente y contenido con tanta pasión y mimo?
Precio medio: 2 euros el café, 3,5 euros las tartas, 4,5 euros los sándwiches y 7,5 euros las ensalas
Dónde: C./ Vallehermoso, 112
Tel.: 91 545 66 09
Muchas gracias por vuestro post. Habéis sido muy amables. Nos encanta que os haya gustado nuestro Café y que el local os parezca tan agradable. Os esperamos, de nuevo, cuando queráis. Saludos.