TRES RESTAURANTES REBELDES, Y SIN CAUSA
Llevo una vorágine de vida repleta de normas establecidas, procesos, obligaciones y sanciones. Diariamente me veo obligada a madrugar, ser educada, sonreír, llegar puntual, comer cuando debo o coger el teléfono cuando no me apetece.
Así que, de vez en cuando, me gusta tener pequeños momentos de rebeldía. Me hacen sentir viva y pensar que todavía algunas veces tengo la capacidad de ser si bien mínimamente responsable de mis propios actos, disfrutando de retazos de libertad en los que, literalmente, hago lo que me da la real gana.
Confieso que me encanta saltarme pequeñas normas, como cruzar un paso de peatones por donde no es, tirar la basura en el cubo que no corresponde o soltar a Napoleón en el parque cuando lo tengo que llevar atado. Sí, y todo lo hago aposta. Como veis, vivo al límite, pero es lo máximo que me permite esta vida cargada de protocolo rutinario, así que no me queda otra que conformarme con ello.
Si hay un acto díscolo que me apasiona y que hago diariamente para afrontar el resto de mi jornada saturada de normas, es DESAYUNAR EN EL COCHE. Os diría que una gastrónoma como yo se deleita a lo Audrey Hepburn con diamantes, croissants y zumo de naranja recién exprimido mientras lee la prensa antes de darse un baño con espuma para ir relajada a la oficina.
Pues no. Como siempre voy con la hora pegada, mi festín del día consiste, exactamente, en una triste TAZA DE LECHE CON CEREALES que caliento en un minuto y medio clavado en el microondas. Salgo de casa con ella escondida de forma clandestina como si de un objeto ilegal se tratase. La llevo oculta en una bolsa, y una vez en el coche, saco semejante botín donde los haya. Entonces es cuando arranco y ansiosamente espero al primer semáforo. Y ahí llega mi momento tan esperado, la primera cucharada de mi brebaje, y siempre, la mejor.
Suelo ir a la oficina por Gran Vía. Sé que hay caminos más cortos pero me gusta pasar por Gran Vía, esperando alguno de sus discos en rojo para poder terminarme el desayuno. Es de esas cosas que haces sin saber muy bien porqué, pero que te encanta hacerlas. Muchas veces me cruzo con algún policía y entonces, escondo mi manjar rápidamente tras la americana, ocultando la prueba de semejante delito. En definitiva, el máximo riesgo que puedes llegar a sufrir es algún que otro lamparón en el traje, así que aquello me compensa.
A veces, me imagino al policía diciéndome “pero señorita, ¿está usted desayunando?”, y yo orgullosa, le contestaría “Sí, Señor Agente, Special K con leche Pascual desnatada”. Entonces el policía miraría su libro de infracciones y me diría, “si la leche fuese entera le quitaría cuatro puntos, pero siendo desnatada la infracción se reduce a dos”.
Sí, éste es sin duda, mi mejor momento de rebeldía del día.
Hoy precisamente, me hallaba desayunando dentro de mi coche en la Gran Vía, a solas con mi taza de cereales, ella y yo, frente a frente. Además de mi momento de desobediencia, también suele ser mi momento de inspiración. Pensaba, más allá de que debería renovar mi taza de ovejitas de Kukuxumusu, que con tanto trajín ya se me está quedando vieja, en la cantidad de sitios que he conocido últimamente y que tengo pendiente comentaros.
Así que, por aquello de optimizar el tiempo, y a riesgo de encontrar los que son para mi gusto más rebeldes, bien por su chef, bien por la carta o bien el local, he decidido resumirlos tres de ellos en un solo post, a riesgo de defraudaros y no hacer críticas más profundas como las que acostumbro:
TÁNDEM
(C./ Santa María, 39 // Tel. de TriCiclo: Tel. 91 024 47 98)
Los dueños de TriCiclo, un must del que ya os hablé, retoman el negocio del local favorito de mi perro Napoleón, Motha, y acaban de inaugurar Tándem, más informal y callejero pero guardando el encanto de su predecesor, como pude comprobar el otro día desayunando. Aún con una carta provisional y sin brunch, encontré platos desenfadados como Ensaladas César o Rusa, Mortadela trufada con foccacia, Salmón marinado en casa, y otros más historiados como las Ostras al natural o aliñados o los Canelones de Ferrán, el formidable cocinero que lanzó TriCiclo al estrellato.
Además, bocadillos mexicanos con quesadilla de huitlacoche, de Ibérico con jamón de bellota o incluso Chino, con pan al vapor. En medias raciones y enteras, las propuestas rondan desde los 5 euros hasta los 16 euros. Si mantienen la calidad y rebeldía de TriCiclo, sin duda, éxito asegurado (en otro acto de rebeldía y generosidad con vosotros robé una carta, y he aquí la foto).
BACIRA (antes Amasia)
(C./ Del Castillo, 16 // Tel.: 91 866 40 30)
América y Asia, unidas, en este establecimiento abierto en el madrileño barrio de Chamberí hace unos días en donde antes estaba Amasia, con guiños a otras cocinas del mundo y siempre con el producto de temporada como protagonista.
Al frente del negocio de Bacira, de los fogones y también de la sala están Gabriel, Carlos y Vicente, tres jóvenes enamorados de la gastronomía y con una amplia trayectoria profesional, que nos sorprenden con propuestas que huelen desde Perú al mediterráneo, como Tiradito de vieiras con tobiko, brotes, cortezas y yuzu, “Risoteo” de setas con jamón, Albóndigas guisadas de rabo de toro con puré especiado de patata o Gazpacho de Cerezas con helado de genjibre y tartar de langostinos. Y de postre, Pan de especias con mousse de chocolate y helado de naranja, pimienta y sal.
Respecto a la decoración, local confortable y luminoso, con maderas blancas, tonos verde agua y detalles cuidados como sus columnas antiguas, persianas vintage y objetos en mimbre. Compararlo con Asiana, quizá sería exagerar pero el local merece la pena. Precio medio: 25 euros.
LA CONTRASEÑA
(C./ Ponzano, 6 // Tel.: 91 172 63 78)
Otro recién llegado a la calle Ponzano de Madrid, donde ya se ha consolidado la gran apertura del año pasado y que no podía faltar en mi blog, Sala de Despiece. Éste aún con una carta de cocina mediterránea y de mercado under construction, pues sus Espárragos y langostinos en tempura, el Pollo de corral a la criolla o el Tataki de atún con ensalada de algas me resultaron, en definitiva, simplones, para un precio medio de 35 euros. Buena pinta eso sí, los Huevo 63 con pisto manchego y aceite de trufa (en la foto) que me los guardo para la siguiente visita.
Sin embargo, hay que ir sólo por ver su salón colonial impresionante recreado en una antigua vaqueriza y con un techo acristalado perfecto para disfrutar de día. Y su zona de barra, más rebelde y a tope el pasado jueves por la noche. Dará que hablar.
Muy bueno el post!! Dado que coincidimos en rebeldías, habrá que probarlos…
Como siempre, tu forma de describir, narrar y exteriorizar esa rebeldía fresca y atractiva, le da un plus a estos locales. En mi próximo viaje a Madrid visitaré uno de ellos.
Gracias
Soy una seguidora de tu blog desde hace meses, me encantan tus recomendaciones! Mañana como en La Contraseña.. a ver que tal!!